De: "Mercaderes en el templo..."
Adriano recordó a Sóstrato, grabando con ira para lo visible en lo mediato y temporal con la mezcla efímera y epidérmica del material frágil, la orden ilegítima del tirano que le exigía poner su nombre para su propio lucimiento, pero dejando escrito el suyo en las entrañas de la escultura de piedra, en la magnífica obra del Faro de Alejandría que aparecería luego para la posteridad al caer inevitablemente la fugacidad de lo finito que se pierde, y para hacer justicia para siempre con la legitimidad del creador, como triunfo de la libertad sin mandatos.
Eso es lo que se merecen los soberbios que siempre buscan ostentar, sin darse cuenta de que tarde o temprano aflora airosa la verdad, que nunca se rinde...
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