Cuántas razones habría tenido la familia para abandonar el terruño, y cuántas aquellos emigrantes que escaparon de una Europa convulsionada y carente, repleta de incertidumbres, como para no poder retener a sus hijos, cuya sangre en los nuestros, pensaba Adriano, hacen ahora el recorrido inverso pero no con las mismas condiciones de receptividad...
Sangre española, italiana, armeña, portuguesa, francesa y de tantos países más, se había mezclado con la de los lugareños de América, para darle nacimiento, al menos en Uruguay, a una identidad que por sus propios orígenes no había definido aún una singularidad, quizás por haber desarrollado una cultura nacida en la mezcla intercultual, que pocos perfiles había tenido de autóctona a lo largo de su devenir histórico.
Pero lo cierto es que los emigrantes fueron recibidos mejor por las latitudes del sur americano y que allí, o a partir de allí pudieron darle un sentido a sus vidas, aunque paradojalmente ciento veinte o ciento cincuenta años después no esté ocurriendo lo mismo cuando la corriente migratoria comienza a moverse a la inversa, en el tiempo en que las democracias y las economías locales empezaron a palidecer...
Habrá que ver si las actitudes de los países del primer mundo y los que asoman a él, tienen en cuenta moralmente las cuentas de la historia, o se refugian en el olvido matando la memoria del ayer...
Ahora serán los bisnietos de aquella sangre (la misma sangre que vuelve) los que se irán de su terruño para no claudicar ante la resignación y pelear desde allá por la porción de dignidad que les corresponde.
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