De: "Mercaderes en el templo..."
Están en silencio, seguramente tristes e impotentes, con los ojos secos de tanto llorar. Sí, con sus corazones desgarrados. No sé cómo todavía tienen fuerzas para estar presentes en un acto como este. De pronto les resulta una válvula de escape, una pausa, una trampa que le hacen al sufrimiento para disiparlo un tanto, como si aquí encontraran un respiro reparador para soportar el drama que la familia está viviendo como prueba extrema.
Quizás les ocurra lo mismo que un día vi en aquellos paralíticos luego de una procesión en la Gruta de Lourdes. Sus custodias los habían reunido en una sala del Hospital donde les habían conseguido el albergue al que nos acercamos para apreciar de cerca la labor de quienes renuncian a todo para servir a sus semejantes. Estos custodias se dan con total desprendimiento, sirven por amor, movilizan a los paralíticos en sus sillas de ruedas, los protegen de la intemperie, les alcanzan sus medicamentos, les sirven sus alimentos, los higienizan, los bañan, dialogan con ellos, les cantan, les comparten el periódico, y también..., saben quedar en silencio cuando perciben que necesitan ser oídos, sin negarles jamás un abrazo o un consuelo a los que han sufrido toda su vida...
Allí los vi reír, cantar y moverse como podían en sus sillas, como bailando al son de una canción, evadidos de sus penas, felices, como si en ese instante no tuvieran que soportar el peso y la angustia de su permanente postración ni la pesada carga de sus constantes sufrimientos. Y con sus bromas y con sus risas y con sus lágrimas en ese momento de alegría, nos estaban dando una verdadera lección de vida a los que nos quejamos por cualquier tontería, cuando teniéndolo todo y hasta teniendo demás para ser felices y darle un verdadero sentido a nuestras vidas, la estropeamos olvidándonos lo poco que sabemos del verdadero dolor y la purificación que desde él podemos alcanzar...
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