Porque los personajes de una novela son eso, nacen al influjo creador de una idea que precisa un medio y un tiempo para transformarse en vida con la inspiración, o surgen subordinados a un programa y luego..., comienzan a emanciparse del autor, para iniciar o reiniciar su vida y toman distancia, al darse su propia y circunstanciada singularidad hasta el extremo de decir y hacer lo que el autor no se ha propuesto.
Son como la argamasa que se va modelando, hasta que en un momento dado un involuntario movimiento en el torno del ceramista obtiene para ella un rasgo, una definición que ni proyectó ni produjo él sino la causalidad, que se sirve de él haciéndole creer que fue el autor. Pueden surgir hasta en el acto de una distracción que le da vida a lo nuevo, a lo inesperado, a lo imprevisto, a lo no creado, como la pintura tirada que, arrojada sobre la tela con la impronta de la desesperación del artista, se transforma como por milagro en la más sorprendente realización de lo prohibido.
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