Muchas personas han errado el rumbo que le dieron a sus vidas, pero no por ello hay que condenarlas excluyéndolas de la comprensión y el perdón. Tienen que ser ayudados a reconstruirse a partir de sus propias ruinas, pero principalmente de la ayuda más sustancial que es la propia.
Y no se debe mirar para otro lado, nadie puede hacerse el distraído pues a cualquiera le puede pasar, a cualquier familia le puede llegar ese martirio de un hijo o un integrante en malos pasos, sea por la droga, por una perversión sexual, por un delito, o por cualquier otra desgracia y golpearla, porque de ese riesgo nadie está libre.
Necesitamos abrir el corazón con piedad ya que las sombras nos están rondando y potencialmente, envolviéndonos, y poner con humildad las barbas en remojo para no engañarnos pensando que el problema no es nuestro para desentendernos de él porque es una tragedia ajena.
Puede ocurrir que la tragedia golpee la propia puerta, o la de un familiar, o la de los amigos del alma, y ahí, ahí todo se verá diferente y nos impulsará a la solidaridad, desapareciendo la tan común y despiadada indiferencia que es tan dura y cruel como la culpa...
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