domingo, 31 de enero de 2016

AL PRECIO DE UN CANJE MEZQUINO...

Yo no actúo ni fijo mis conductas porque me someta solamente a las que imponen la Constitución y demás normativas, que regulan el normal funcionamiento del colectivo social.
 
En mi largo vivir, antes-durante y después de mis etapas laborales en relación de dependencia y luego la profesional independiente, antepuse siempre mis propias convicciones, ante la certeza de saber que soy quien más se ha exigido siempre, quien más ha sentido la camiseta pegada al cuerpo por mis esfuerzos, regando con mi transpiración cada sendero que he recorrido al hacerlo con todo, con toda mi pasión...
 
Nunca me entregué al disimulo mediocre, y me he dado con rigor en cada entrega que intenté, guiado por encima de todo por mis propias pautas, lo que me llevó a afirmar y demostrar con contundencia en aquellos años lejanos de mis vínculos laborales en relación de dependencia que yo solamente trabajaba para mí...
 
Respetaba sí los límites laborales y agradezco lo que en ellos aprendí, pero sintiendo el convencimiento de que no lo hacía para dejar satisfechos a los empresarios o banqueros para los que  circunstancialmente trabajé, sino para cumplir mis propios designios dando de mí todo cuanto me había propuesto.
 
Uno de ellos tuvo la intención de literalmente comprarme, ofreciéndome mucho más de lo que entonces percibía si aceptaba ir a una de sus empresas, pero cometió un error conmigo al agregarme: "eso, sí, exclusivamente para mí...", cuando fui llamado a la Gerencia General para recibir ese ofrecimiento.
 
Pobre..., tenía mucho poder y muchísimo dinero, pero no me conocía, y sintió que mis palabras le decían un no rotundo, inesperado para él, acostumbrado a que todos se le inclinaran reverentes y en sus ojos vi la sorpresa cuando le expresé: "le agradezco mucho su oferta, pero no puedo aceptarla, porque yo trabajo exclusivamente, pero para mí..."
 
Entonces era muy joven, pero (los míos con sus ejemplos más lo que yo me fui forjando a fuego intenso como se moldea el hierro), ya estaba adherida en mí esa condición que ha estado junto a mí toda mi existencia.
 
Nadie puede comprar por más poder o dinero que tenga, a un ser sencillo pero repleto de convicciones y que además, no esté dispuesto a venderse al precio de un canje mezquino...
 
Vuelve a mí ese lejano recuerdo no para darle lecciones ni consejos a nadie, sino para compartir un concepto y una conducta que se oponen a este presente donde casi todo se compra y se vende siguiendo los dictados de la globalización del materialismo y el descarte, con el salvaje desprecio de la vida humana y sus valores esenciales.
 


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