jueves, 16 de junio de 2016

UN FUEGO QUE NO APAGUÉ Y SIEMPRE OXIGENÉ...

Ayer mi memoria se sacudía frente a un envejecido álbum  de fotos, desgastado, con esa pátina amarillenta que el indetenible transcurrir le pone a las cosas, tan seco y delicado que hasta miedo da tocarlo ante el temor de que se desintegre...
 
Han pasado ya casi 80 años de imágenes reflejadas allí, en la mayor parte del tiempo envueltas en oscura soledad, solamente oxigenadas por mi recuerdo y por ello, jamás archivadas en el olvido.
 
Son recuerdos, testimonios de un ayer repleto de sustancias conmovedoras que renuevan las vibraciones de mi alma..., que mi sensibilidad revive con lágrimas que no se niegan a brotar, para que no siga creyendo que ya no tenía llantos para llorar...
 
Aquel niño de apenas veinte meses que allí estaba, inconsciente del primer latigazo que prontamente recibiría su vida, todavía vive en mí, procesando el inmenso dolor con el que forjó su ser, golpe a golpe en el yunque, paso a paso aproximándose a su destino, ahora consciente del duro cascarón protector (casi un diamante), que no admite huellas que no sean las que están en el alma..., esas que no se ven, pero son las que más duelen.
 
Esa diferencia notoria tengo con el álbum de fotos, y doy gracias por ello, dado que el paso del tiempo, no ha desgastado el pergamino de mi piel, ni una pátina ha tenido la osadía de teñirme de amarillo, ni la sequedad me ha puesto tan delicado hasta el punto de desintegrarme si me rozan.
 
Todo lo contrario, esa fragua  en medio del fuego hirviente donde me formaron que yo nunca apagué y siempre oxigené, me ha permitido enaltecer mi sencillez, mi humilde condición, con la firmeza  esclarecedora de no apartarme nunca de los senderos del amor, y con rebeldía,expulsar todo temor.
 
 


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