Muchas veces lo he comprobado en el largo vivir, al sentir los fuertes latigazos cuando el dolor llega al alma...
Esta vez ocurrió con el fallecimiento de una amiga, pero no solamente ante una situación límite como esa siento los sacudones del sufrimiento, en el incomprensible momento que es casi una paradoja, justamente, porque quienes creemos que la vida es un tránsito, una larga y dura prueba en la que nos tenemos que merecer la conquista de un más allá en la plenitud de la gloria, igualmente el dolor nos hace temblar...
Pero hay otras circunstancias con las cuales se marchita la vida, y despiertan en mí rebeldías que dejan dolorosas huellas, cicatrices que aunque no se vean, duelen..., cuando el dolor llega al alma.
La vida del hombre es una maravilla de la creación con su indefinible potencial, con esa compleja simbiosis (entre cuerpo y espíritu) repleta de laberintos todavía no resueltos, pero que no niegan la existencia singular en cada uno de nosotros, de poseer recuerdos, realización, silencios, misterios, materias pendientes, cicatrices, sueños insatisfechos, desvíos y derroches escondidos en algún rincón del alma ...
No todos procesamos de igual forma el universo de nuestro ser, ni nuestro caminar por la vida. Pero hay un factor común, no pasamos por el largo desierto sin dolor, sin sacrificios, sin pagar el precio por la conquista de un destino.
Y esto es válido para todos, para creyentes que se arrodillan ante el altar de su fe, y para quienes carecen de ella..
Para la amiga que partió hacia el destino deseado, y para quienes seguimos caminando paso a paso aproximándonos con la inmensa carga del sufrimiento por su ausencia( incomprensible pero cierta para quienes tenemos fe), cuando el dolor llega al alma...
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