lunes, 24 de abril de 2017

SIN RABIA NI OLVIDOS...

Cuando yo empezaba a vivir, luego de la pérdida de mi madre cuando yo tenía apenas veinte meses, y al día siguiente la partida sin retorno de mi abuelo por línea paterna, mi padre y mi abuela cargaron sus mochilas al hombro cargadas de penas incomprensibles, y se trasladaron del pueblo natal a la capital en busca de un destino, con los hermanos (nueve) y allí dejaban sus raíces ante una realidad que no los retenía, ante la apuesta difícil de afrontar el desafío de luchar por las esperanzas...

Corría el año 1938 y no era sencillo que gente de "afuera", de "tierra adentro", pudiera ocupar espacios en Montevideo, allí en los barrios de entonces, hostiles, agresivos, que le tomaban el pulso a los seres que, combativos, se atrevían a subir al ring de la nueva vida, a lucharla, a hacerse respetar, a no arrugarse, a responder cuando se hizo necesario, para no ser vapuleados ni doblar el lomo por más latigazos que pudieran recibir en las nuevas circunstancias que afrontaban...

Era una época que tenía establecidos sus códigos, sus hábitos, sus conductas de aceptación con los que habían llegado allí desde tierras muy lejanas huyendo de un viejo mundo plagado de conflictos, y también, paradojalmente, más hostiles para el arrabal de entonces, con los hijos del terruño que tuvieron que "sacar pecho" e ir "pa´ delante", para que no ser atropellados por los compadritos de ese ayer de mi pasado...

Esa fue la realidad cuando yo salí a la calle a enfrentarme con la vida, en esas aulas a cielo abierto donde me forjé, donde me enseñaron a defenderme para que me respetaran, porque no hay nada peor que mostrarle debilidad a los falsos guapos (nunca solos, siempre en grupos) que más cargan y más dan, cuando ven a alguien con miedo, tembloroso, repleto de temores, para envalentonarse al fin con cobardía y subestimación...

Yo no viví tiempos de acoso escolar, no están en mis recuerdos percances como los que ahora se constatan en forma tan dramática (con lacerante maldad que a tantos hasta les ha costado la vida), de pronto, por esas respuestas que solíamos dar a las agresiones que se intentaban entonces.

Algo similar pasaba en los partidos de fútbol primero en las calles de mi barrio, y en los campitos del ayer, donde a los habilidosos los tocaban muy fuerte en las canillas y en los tobillos, o los "chamuyaban" para acobardarlos, pero lo hacían, hasta que se les demostraba, por los menos en mi caso ocurrió así, "que cuanto más me daban, yo más quería", y cuanto más me soplaban en la nuca, "yo los enfrentaba de palabra y de hecho", y así me fueron conociendo sin que yo me hubiera propuesto sacar patente de guapo ni de nada, sino todo lo contrario, expresando lo que ya estaba instalado en mí, que con los años me fue muy útil para desenvolverme y subsistir...

Lo vi en los míos, me lo enseñó la necesidad, me lo fui forjando golpe a golpe sobre el yunque, y de ese modo con el paso de lo irreversible, ahora lo veo con absoluta rotundidad, de alguna manera te valoran, te respetan y no te vapulean, si has aprendido a hacerte respetar, respetando, con valores y testimonios que al fin terminan protegiéndote en el largo vivir...

Estos conceptos que comparto, son el fiel reflejo de la realidad que me tocó afrontar, pero también, porque mi ayer se removió, cuando leí el libro: "La rabia" de Lolita Bosch que se publicó recientemente, con testimonios de su propio pasado con el bullying que sufrió y no olvidó..., y contra el que lucha denodadamente.

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