Fui muy feliz en mi niñez, pero no fue fácil transitarla, dado que ya venía fuertemente marcado por ausencias vitales y silencios que me rodeaban para que yo no tuviera que sumergirme en dolores incomprensibles...
Mi caminar en ella tuvo la temperatura de la fragua, y día tras día, golpe a golpe, me tuve que ir ganando los espacios que me permitieran crecer, por dentro por supuesto, porque así me fueron formando los míos inyectando en mis entrañas dosis de sacrificio y coraje, que me impulsaban siempre hacia adelante, para no confundirme con los obstáculos, y yo..., que nunca no me he quedado atrás, respondón y guapeando con coraje para subsistir sin rendirme, también me fui puliendo como pude en los distintos tiempos de mi vivir, para ir configurando la singularidad de mi ser con la sencillez que me permitiera levantarme ante los tropiezos infaltables del caminar...
Por eso tengo tantas cicatrices en el cuerpo y en el alma, unas que me las palpo al remover la memoria de los hechos, y otras, invisibles testimonios escondidos allí donde reinan mis silencios soportando los avatares que más duelen...
En ese diálogo íntimo, mudo, se sienten vibrar los gritos del silencio, los acordes sin sonido de la gran sinfonía de la vida, que no persigue vanidades, ni canjes mezquinos, ni notoriedad alguna, ni aplausos de nadie sino de uno mismo, detalle sutil que se nutre en el bajo perfil de la tranquilidad de la conciencia.
Aquellos valores que forjaron al niño, fueron el sustento del joven que llegó después, el maduro transitar de la lucha sin desmayos, y el ahora ya cargado de blanco y gris que para mí no es el atardecer de la vida, gracias a Dios, sino el más rico momento para afrontar con legítima solvencia, los desafíos nuevos que me planteo en el cotidiano acontecer.
Así afronto mi existencia en cada amanecer, del mismo modo que lo hacía cuando era un niño y me proponía un intento, como el de tener que fabricar las cometas que luego remontaba en los espacios abiertos del cielo, que sin saberlo entonces, es allí, hacia arriba donde debemos tender todos y no permitirnos igualar hacia abajo, porque no es en las miserias donde residen las esperanzas...
El cuerpo acusa los dolores del alma, si lo sabré que los he sufrido en carne propia tantas veces sin que me doblegaran ni me silenciaran, porque fui registrando por escrito las peripecias de mi caminar.
Mucho después enfermo de tristeza llegué a España donde me curaron en dos años, lo que además fue posible, porque nunca se me enfermó el alma y jamás me abandonaron las esperanzas, justamente, porque las hice mías desde niño y no las abandonaré en ninguna circunstancia de la vida, intentando proyectar en los míos y en quienes hago el cotidiano vivir, la suprema Verdad de luchar un destino tal, donde allí sí, ya no precisaremos ni mencionarlas...
Mucho después enfermo de tristeza llegué a España donde me curaron en dos años, lo que además fue posible, porque nunca se me enfermó el alma y jamás me abandonaron las esperanzas, justamente, porque las hice mías desde niño y no las abandonaré en ninguna circunstancia de la vida, intentando proyectar en los míos y en quienes hago el cotidiano vivir, la suprema Verdad de luchar un destino tal, donde allí sí, ya no precisaremos ni mencionarlas...
Así fui abriéndome espacios en el desierto de la vida, y así he de continuar mis intentos de aproximarme paso a paso sin que nada ni nadie pueda frenar la determinación de aprovechar mi existencia, con claudicaciones insensatas por más que la nieve de mi cabello se acentúe, más allá que los pliegues de mi piel me indiquen algo, que nunca será mi fatiga interior, ni mi más mínimo renunciamiento al resplandor de mis intentos nuevos, que esos sí que junto a los más míos y a mis propios desafíos, me multiplican la vida que inicié desde niño superándolo todo, negándome a muchas cosas, peleando de frente contra las circunstancias adversas, pero jamás defraudando a quienes me precedieron, ni defraudándome a mí que en definitiva soy quien más me exijo, quien dispone como puede a los esenciales imperios de la Causalidad que nos subyace..., porque al fin, siempre, se nos pasa factura, al desdeñar que el cuerpo acusa los dolores del alma...
No hay comentarios:
Publicar un comentario