lunes, 26 de febrero de 2018

CUANDO LOS QUEBRANTOS NOS MARCAN CON HUELLAS IMBORRABLES...

Sí, atadas a una pesada piedra en el fondo mismo del charco de mi alma, están sufriendo su entierro las debilidades ingenuas que procuré arrancar de mi vida, desde temprana edad.

Sin odios ni rencores, sin falsas revanchas que no valen la pena, aunque no haya podido olvidar tantos momentos en que el sufrimiento y las broncas se apoderaron de mí, al haber comprendido lo mucho que se aprende cuando los quebrantos nos marcan con huellas imborrables...

De la desorientación, de las injusticias, de nuestros propios errores, de los golpes a traición, de las actitudes inesperadas de la falsedad, de los latigazos que recibimos, también se aprende, porque también en las aulas a la intemperie de la vida, se cuelan materias enfermas que no deberían formar parte del currículum del convivir, introducidas por seres siempre empeñados en procurar que su "yo" insensato se imponga sobre la imprescindible prioridad del "nosotros", y lo que es peor todavía, "de cualquier modo..."

Y yo traté de cultivarme para oponerme, llevando el peso de mi mochila cargada de valores, de intangibles que no pesan, que no han dificultado nunca mi humilde caminar por las calles de la vida...

Para comprender mejor la naturaleza de mis semejantes, para ahondar en lo profundo de la realidad que nos rodea con sus sombras, para denunciar en mis libros con mayor legitimidad todo cuanto no debería ser, me introduje también por oscuros callejones donde están quienes han resuelto vivir entre miserias, aferrados a adicciones y hábitos de vida que los van matando poco a poco, y que muchos intentan contagiar para no descender solos por el infame tobogán de la declinación, con los perros que al fin son testigos mudos y fieles  a esa decadencia que no es vivir, sino subsistir...

Siempre hay que resurgir para empezar de nuevo, pero no todos lo intentan...




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