lunes, 20 de marzo de 2017

CON LA MOCHILA DEL ALMA A CUESTAS...

Es lícito que al ser humano se le presenten dudas frente a incógnitas existenciales que no se resuelven fácilmente.

Algo similar ocurre ante planteos que se orientan a clarificar temas complejos relacionados con la fe, necesidad espiritual que no siempre se resuelve por procesos racionales, para los que se carecen a veces de las palabras adecuadas...

¡Qué más da si hay o no absoluta certeza sobre expresiones y acontecimientos que suelen comentarse respecto a las "apariciones" o a los dichos de "videntes", si lo que importa al fin, es que se han convertido en imanes para tantos semejantes que allí se nuclean para su reparación espiritual, para su conversión, para bregar por sus esperanzas, para lograr con la oración fortalecer su fe, y con ella no apartarse de los senderos de la bondad, la solidaridad, en definitiva del amor por los que se aproximan al destino de sus sueños!

¿Porqué siempre hay que responder y fundamentar las razones de la fe, cuando lo esencial es sentirla en lo profundo del alma, y vivir en total coherencia con lo que se pregona?

¿Qué más da, cuando el ser se aferra a la Verdad de creer sin ver...?

Lo que no es lícito es el falso pregón, ni la hipocresía de mentirse para luego mentir..., ignorando que de algún modo, siempre se termina rindiendo cuentas de nuestros actos...

Yo vengo de un muy largo pasado sin fe, sin fe cristiana al menos, por conceptos que se me inculcaron desde niño producto de inmensos sufrimientos (que más de una vez he comentado en mis ensayos, artículos o novelas), para llegar a un muy corto presente  con el resplandor de la fe, porque se produjo en mí un corte abrupto de mis bloqueos espirituales, para sentir en todo mi ser la Verdad, que ahora guía mi caminar.

Y eso me basta para sentir la elevación de mi sencilla existencia, al comprender que en aquel largo pasado, viví sin saberlo, en total armonía con lo que hoy siente mi corazón...

Y eso me basta para no caer en la incomprensible actitud de pedir manifestaciones, ni en la soberbia de que se me demuestre todo primero, ¡tan luego a mí...!, para luego creer.

¿Pero quién soy yo para tamaña exigencia, cuando he vivido convencido que no he llegado a ser nada más que un intento?

¿Cuántos seres han vivido negando a Dios con su decir (entre ellos mi padre que se aferró a las últimas palabras de mi madre repleta de fe al expresar, enferma, sus últimas palabras: "ya no hay Dios para mí..." y expiró cuando yo tenía veinte meses), pero viviendo sin apartarse del bien, el sacrificio, el desprendimiento, sin haber entrado a una iglesia pero ganándose el cielo con la legitimidad de conquistarlo, mucho más que otros que se han pasado la vida en las iglesias, pero que al salir de ellas poco o nada han hecho por el bien de sus semejantes.

En definitiva no son las palabras y menos cuando son huecas, son los testimonios, es la coherencia, son los frutos por los que te reconocerán, incluso, son las entregas sin esperar nada a cambio y nada más que porque sí, que van dejando sus huellas, hasta el calvario y el martirio...

¡Qué más da la mera retórica discursiva, si lo que vale de Verdad es la certeza de lo que se siente, aunque nos cueste explicarlo!

¡Qué más da, si con la mochila del alma a cuestas, subimos los repechos de la elevación paso a paso aproximándonos, al portal que nos abre hacia nuestro destino pleno de resplandores...!










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