martes, 8 de noviembre de 2016

PARA QUE LA ESPERANZA NO SE MARCHITE...

Yo no podía llegar a imaginar que mis "Misceláneas del Alma", ensayo que tanto me convocó, llegaría a tener diez tomos, y que hoy me detenga en el Tomo VIII que comencé el 5/6/2002, por esa obstinación de mi alma, de vivir y orientarme "hacia la esperanza..."

Les comparto algunos trazos de su Prólogo, seleccionando pantallazos de ese voluminoso ensayo que ha acompañado largo tiempo de mi vida, pero que no es pasado olvidado, sino un presente repleto de ratificación que sueño publicar también algún día en su totalidad.

"Sabía que esos contenidos serían muchos, porque eran y lo son aún, mi recurso cotidiano para volcar en ellos las vibraciones de mi ser, mis emociones, mis angustias, mis denuncias, las miradas que le hago a cada presente que se me ha permitido vivir, y que también, capté de ustedes, de ti, de vos..., de todos los que de algún modo sacudieron mi sensibilidad, o le dieron nacimiento a mis rebeldías...

También han nacido para que la Causalidad siga haciendo su obra en mí, y un espacio para que los duendes que siempre se andan mezclando con nuestros sueños, se manifiesten en pro de todo un abanico de certezas que la cruda realidad, se empeña en negar...

Al finalizar el Tomo VII no quise, no me permití sufrir como en otras veces, el desamparo de un doloroso desprendimiento de lo hecho y así fue cómo, para disimilar el Fin, me refugié en mi hijo, en nosotros sus padres, y en los nuestros que ya no están aquí, pero siempre presente en nuestros corazones, porque no tienen fin ni lo tendrán jamás, puesto que al no olvidarlos no los dejaremos morir del todo...

Y al reunirlos a todos, amándolos con el amor que siento y tal cual soy, un eterno caminante hacia la esperanza..., convencido de que tarde o temprano tendrá su alma junto a ellos para que juntos nos sigamos amando, ya sin tiempo, en la plenitud...

Tengo claro que no soy más que un mero puente para unir orillas distantes. Un cabo salvador en medio de corrientes agitadas, una palabra esperanzadora ante algún olvido, un ser dispuesto a oír el desahogo de un dolor silenciado.

Un perdido que rescataron poniéndolo ante las puertas de la salvación que aún deberé traspasar; una vida dispuesta a servir yendo hacia el prójimo de corazón, sin canjes mezquinos, sin esperar nada a cambio, que no podrá pagar nunca jamás, el privilegio de ser invitado a una Mesa, "ni digno de que entres en mi casa, y que una palabra tuya, Señor, bastará para sanarme..."

Sueño para que la esperanza no se marchite nunca, y para ello, tendré bien regado su jardín, de modo que nunca se me aproxime la resignación ante un dolor, ni el conformismo, ni el desamparo de una penosa e injusta marginación o que la cobardía me impida involucrarme..."

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