jueves, 26 de noviembre de 2015

NO TIENEN PRECIO...

Felizmente no todo en la vida se cotiza en Bolsa ni se regula por los interesados vaivenes del mercado y el inmenso poder financiero.
 
Mirando jugar a un niño, no tiene precio. No hay que pagar nada para presenciar esa etapa esponja y sublime de la vida cuando ya a tantos se les estafa la inocencia.
 
La caricia de una madre, la ternura de las abuelas, son actos de amor que no tienen precio.
 
Se nos concede la vida y no hay que pagar nada por ella, nos la dan gratuitamente y por amor, no tiene precio esa maravilla, lástima que nazcan generaciones de seres con la carga de pesadas hipotecas y latentes postergaciones que suelen culminar en las desesperanzas...
 
El aire que respiramos, los rayos del sol que iluminan para que no nos perturbemos con las sombras propias o ajenas, la casa grande de la naturaleza que se nos brinda con el inconmensurable universo,  son bienes que utilizamos sin pagar un precio por ellos, pero que dañamos con un insoportable desatino.
 
El amor, la amistad (que es una forma de amar), no tienen precio como tampoco lo tienen la cordura, la superación, el desprendimiento, los valores éticos y morales, la libertad en todas sus formas, la misericordia, la compasión, el respeto a las ideas ajenas, etc., son intangibles que valen mucho más que los bienes materiales, y sin embargo para tantos "son tonterías de un tiempo que ya pasó, que transcurrió encorsetado, haciendo la plancha en un mar de hipocresías que ahora pretenden avasallar con salvajismos incomprensibles y manipulados".
 
La dignidad no tiene precio No hay dinero que pueda pagar lo que un ser digno e íntegro no permite ni pone a la venta. Allá aquellos que no piensan así, y son esclavos de su propia esclavitud, justamente, porque han perdido el don preciado de la libertad.
 
Un tronco que no se tuerce y se mantiene recto buscando la luz, aguanta su propio devenir con la savia que sustenta su propia superación, su sacrificada elevación, con la Verdad que luego se amparará en su fronda, y esa certeza no tiene precio, porque se conquista en la fragua donde se forja la auténtica dureza similar a la  del diamante (que no admite huellas mientras no sea polvo...), que a todos nos exige el sacrificado vivir...
 
Los bienes más enriquecedores, los esenciales, se conquistan, no tienen precio, no se adquieren con las monedas de intercambio, no se mueven por el mundo haciendo cálculos de rendimientos, no hacen pactos con la usura ni la mezquindad..., tampoco con la salvaje indiferencia que deja con sus olvidos, verdaderas riadas de desesperanzas y en tantos casos, vidas en el fondo de los mares por el angustioso intento de buscar una luz para sus vidas...

Un atardecer, una llovizna, una palabra, una respetuosa escucha, una caricia, el perfume de una flor, un colibrí con su constante aleteo, y tantas cosas más espontáneas y sencillas del cotidiano vivir, no tienen precio, pero pueden aliviar un dolor, corregir una injusticia, ahuyentar un quebranto, accionar el amor hasta cambiar el destino de dos vidas y hacer retornar las esperanzas...

 
 
 
 
 
 
 


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