viernes, 11 de marzo de 2016

MIS DOS MADRES Y TRES ABUELAS...

Yo tuve tres abuelas, las dos por vía sanguínea, y la tercera, por lazo político cuando ya tenía seis años.
 
Cuando apenas tenía veinte meses, falleció mi madre y mis dos abuelas le dieron a mi vida todo el cariño y la ternura que es posible imaginar, a tan temprana orfandad de madre, cuando "sus ojos se cerraron, cuando su boca que era mía ya no pudo besarme más, cuando se apagaron los ecos de su reír sonoro, y fue cruel ese silencio que me hizo tanto mal..."
 
En esos primeros años de mi vida, a partir de comprender lo que había pasado, yo idealicé a mi madre muerta, por eso: "fue mía la piadosa dulzura de sus manos, que dieron a mis penas caricias de bondad, y ahora que la evoco hundida en mi quebranto, las lágrimas trenzadas se niegan a brotar, y no tengo el consuelo de poder llorar..."
 
Pero estaban mis dos abuelas queridas para disimular mi gran primer vacío, cuánto daría yo por volver a tenerlas, para besarlas como cuando era un niño, para meterme en sus brazos y sentir los incansables latidos de su amor, "con sus cabellos más blancos que la nieve, mujeres maravillosas que ofrecieron santamente su sangre por los hijos y los nietos, en nombre del amor... Con sus voces cual mensajes que llegan a lo divino, con labios que solo dieron besos y perdón, en ellas se condensan las penas y martirios, sin exigirnos nada nos dan su corazón..."
 
Pero luego llegó a mi vida otra madre, la madre viva que por amor se unió a mi padre, y con ella una nueva abuela, a quien también quise mucho, todavía siento su alegría desbordante, cómo le gustaba bailar y lo hice con ella al sentir aquel vals inolvidable: "con versos que son rosas, orquídeas y magnolias, unidos todos ellos con música de Dios, nació este vals tan puro cual velo de una novia, escrito con la sangre del propio corazón..."
 
Entonces no me puedo quejar, perdí tempranamente a mi madre porque una enfermedad se la llevó a residir en la estrellita titilante en la que creí toda mi vida (hasta hoy por cierto), pero se me multiplicaron los amores familiares y eso también me forjó, moldeó mi ser, y me hice amigo del diamante, pero por su dureza que es tal que no admite huellas, y menos de desesperanzas...
 
Hoy, con mucho camino recorrido, con las cicatrices que me ha dejado el transcurrir, con las marcas que más duelen en el alma, allí donde no se ven, siento necesidad de evocar a mis dos madres y a mis tres abuelas a quienes nunca dejé en los senderos del olvido, todo lo contrario, han estado y estarán subyacentes en cada presente de mi existencia, por más que sea un soplo la vida, yo he de dar gracias con toda mi alma a esta maravilla del vivir, más allá de que me cueste entender que sea a su vez, tan efímera...
 
Bendito sea Dios que me ha dado tanto...
 
 
 
 

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