El asombro ante lo incomprensible por lo menos para mí, asoma de nuevo cuando me informo sobre un agujero negro que aparece y desaparece en períodos de veinticinco años, descubierto por señales emitidas por la tecnología que ha desarrollado el hombre.
Asombro cuando se nos comunica que se trata de "un disco de acresión de 10.000.000 de kilómetros de radio, con erupciones extremadamente luminosas y que está tan solo a unos 8.000 años luz de distancia"
"Se captó la presencia de un viento de material neutro (hidrógeno y helio no ionizado), que se forma en las capas externas del disco de acresión, regulando el proceso de cómo el material es tragado por el agujero negro".
Yo ante tanta inimaginable vastedad del espacio cósmico, me rindo al comprender una vez más mi pequeñez, porque no llego a comprender cabalmente que ese disco del agujero negro pueda llegar a tener 20.000.000 kilómetros de diámetro, dimensión que supera además, esa constante de la expansión del universo con ese ritmo (acrescente) indetenible que parece no tener fin al menos para mi captación...
Ya quisiera yo que esa cualidad estuviera siempre presente, expandiendo nuestro tesón, nuestra férrea determinación de afianzar al hombre, en el cumplimiento del supremo rol del amor en aras de las esperanzas...
Es una potencia que está en nosotros, pero en tantos casos adormecida, sin el más mínimo ritmo de "acresión", y por lo tanto, sin alma...
Nos faltan resplandores luminosos, y por eso los agujeros negros engullen sin piedad, todo lo bueno que está en el ser humano, para que crezcan las sombras que nos hacen tanto mal...
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