El transpirar la existencia (en el lenguaje futbolero significa empapar las camisetas hasta que se te peguen al alma), al fin pasa a formar parte inseparable de la naturaleza de los individuos que se sacrifican hasta la postergación si es necesario, allí en el yunque junto al fuelle donde se va forjando el ser, en forma similar al hierro hirviente cuando se va moldeando golpe a golpe...
Se aprende, siempre se aprende mientras no caigamos en la insensatez de creernos sabios con soberbia, cuando estoy convencido que somos y seremos eternos aprendices en la dura tarea del vivir...
En las aulas a cielo abierto, que son las que están a la intemperie donde se dictan los cursos más normales e imprescindibles, se aprenden materias que por lo general no se nos ofrecen en las aulas formales en estos tiempos nuevos, en los que con singular insolencia se dejan de lado con desdén: los valores esenciales, la delicadeza, el respeto hacia los mayores, el valor de maestros y profesores, la sensatez, el sentido común, el sacrificio, el fervor de la pasión, el imperio de la conquista, que son vitales en el caminar...
Dichosos aquellos que valoran y resaltan la humilde sencillez que enriquece el cotidiano quehacer del hombre, puesto que al final se aprende cuando se le toma el gusto al asumir la noble actitud que nos puede llevar hacia la elevación, que nos permita otear los resplandores que asoman en los horizontes nuevos, que siempre iluminan el accionar marcando el rumbo de la superación...
Por todo ello es que se aprende a no confundirnos con los jolgorios superficiales y se alcanza un estado de conciencia suficiente para tomar distancias de engañadores altares bien montados por falsos profetas, que no son más que meros actores tramposos que explotan en su beneficio, la ignorancia y el sufrimiento de muchos desesperados por una solución que no les llegará por ese teatro...
Se aprende a distinguir a quienes actúan con grandeza, de aquellos a quienes se les ha enfermado hasta el alma con su cinismo soberbio, al subestimar a semejantes y sobrevalorarse miserablemente...
Se aprende, claro que se aprende a descartar a los hipócritas y a valorar a los auténticos y prudentes que viven en los llanos, y que no necesitan cúspides, ni notoriedades...
Se aprende, se adquiere el valor y el coraje de ofrecer voz y tribuna a los que se han silenciado o amordazado por las desesperanzas, esos estados del alma que les propicia caer en las garras del engaño, o en las mafias que los traicionarán y explotarán de los modos más salvajes...
Se aprende a no ser indiferentes, a sentir como propio el dolor de quienes nunca nos serán ajenos, y por ellos, asumir el compromiso de defenderlos, de "pelear" por sus derechos esenciales para rescatarse, procurando que ellos mismos despierten cada cual con sus posibilidades, para levantarse y volver a caminar, reconociendo a aquellos que se "lavarán sus manos con agua manchada de mera retórica, como lo hizo Pilatos con el Redentor"
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