Recientemente un amigo me ha llevado a leer una producción escrita de Daniel Vidart, antropólogo, sociólogo y poeta uruguayo.
Su lectura me sugirió los siguientes comentarios, que hoy comparto por este medio:
A las dictaduras diversas de "los dinosaurios del mal" que conviven disfrazados entre nosotros, no podemos enfrentarlas con inocencias, y por ser tan poderosas, las tenemos que combatir con las armas del bien y del amor, no solo para que no se multipliquen, sino para que empiecen a morir...
Es necesario que surjan con fervor, "los reclamos de los justos", y el vuelo sin fronteras de la libertad para que los cielos se pueblen de "un viento con perfume a primavera", acompañado "de una tímida lluvia" para apagar la sed de la sequedad...
Deben ir muriendo para que esos monstruos entren por "las bocas terroríficas de los dinosaurios, lagartos carnívoros cargados de furia..., que con sus maléficos rugidos", se devoran y silencian, el coro de lamentos de los que más sufren el padecer insensible de las diversas dictaduras que los van ahogando.
Deben ir muriendo, porque desde antiguo, se han propuesto apagar los sueños de los que se atreven a soñar; puedan recobrar la voz de aquellos silenciados por la desesperanza; para que no haya víctimas inocentes "de la ofensa nacional" y "desorden internacional", que deja en forma de ruinas la insensatez de las guerras, y esa diáspora que provoca la desesperanza en tantos grupos humanos que buscan un resplandor para sus vidas..., hasta pagar el precio de dejarla a merced de los tiburones en el fondo de los mares.
Deben ir muriendo para que nunca más se colme de llantos, "la ergástula generalizada" repleta de tormentos y puedan al fin proclamar el triunfo de la justicia, el bien y el amor, sobre la extinción de los dinosaurios y alcanzar el resplandor de la dignidad...
Deben extinguirse esos engendros del mal, para que la especie humana recupere las esperanzas, "el destello de la inteligencia" y pueda desarrollarse con "la razón del Estado" y no "un Estado de Sitio implacable".
Deben extinguirse, para que desaparezcan "los agoreros del engaño" de los enajenados que propagan odios y rencores con el incomprensible terror arrojado sobre los inocentes, que al fin son los que pagan con sus vidas esos extravíos, "sin la dialéctica de las armas" que sólo aportan destrucción y muerte, pero no mueren quienes movilizan sus arsenales, ni los mercaderes que trafican siniestramente con ellos...
Deben extinguirse los hábitos que contaminan el medio ambiente, para que podamos respirar la pureza que nos oxigena y lograr fortalecernos para enfrentar "la ferocidad y la soberbia de los asesinos" y "de los depredadores que no detienen su voracidad".
Deben extinguirse, para que no sigan reinando los usureros con su despojo financiero sin control, los muros que se levantan para separarnos, "los alambrados de púas" en donde quedan enganchados los que buscan el resplandor de la libertad y se enaltezcan los suspiros de los pequeños y humildes desplazados de las oportunidades que les quitan aquellos "que deben formar parte del basural de fantasmas", a los que hay que situar "apartados sin horizonte, en el pozo negro de calcio ensangrentado en un infame horizonte de pezuñas", para que se sienta el alegre "salto de la ardilla", "el vuelo de un colibrí", "la paloma con el olivo" y "las tentativas para inaugurar la belleza", para "incorporar la esperanza a las penumbras de la historia", que es, "empezar de nuevo" desde "los laberintos del error", con el revisionismo del hombre, de un hombre nuevo sobre la faz de la tierra.
Y así, aplastar toda injusticia, toda desigualdad, toda discriminación, todo descuido del hogar con sus nefastas consecuencias, toda manipulación, toda ausencia de valores, y todo ataque miserable a la dignidad del ser humano, todo materialismo que considera al hombre como un producto más del mercado, todo oscurantismo cultural, y toda prepotencia que suele instaurar sus políticas del miedo y la mordaza...
En definitiva, para vencer a las dictaduras del mal, de modo que nunca más levanten cabeza, los dinosaurios prepotentes que siempre tienden a perpetuarse, sin comprender que sus tronos son de barro, sin consistencia, y por ello al final se terminan cayendo...
La lectura del poeta uruguayo, con la licencia de tomar algunas de sus opiniones en los "entrecomillados" que anteceden, y algunas reflexiones del amigo que me vinculó a esos temas, me han sugerido estos aportes, este título, como una forma más que me ratifique la certeza que vive en mí, de nunca dejar de soñar, el sueño de la esperanza...