La vida me ha permitido una condición que considero esencial, y es la de no sobrevalorarme ante nadie ni en ninguna circunstancia, sin perder mi natural sencillez.
Más de una vez sentí la necesidad de expresar mis broncas interiores, por las hipocresías y mentiras que nos mienten al manipularnos en esta globalización tan injusta como engañosa tutelada por quienes nos subestiman.
Pero al ir viviendo y aprendiendo en las aulas a cielo abierto de la universidad de la vida, supe tempranamente que si das de ti todo cuanto puedes y no renuncias a los intentos superiores para los que te han dado la vida, nunca podrán capturarte las miserias de los miserables...
He caminado por mil senderos traspasando fronteras, algunas de ellas tramposas y muy bien montadas por quienes creen que lo pueden comprar todo, y comprobé sus empecinados intentos por depredarlo todo a su alrededor. Pero al fin, sólo conquistan el amiguismo de los incondicionados mediocres convertidos en adulones y amanuenses para llevar adelante sus oscuros designios sin el más mínimo escrúpulo ni respeto por los demás a quienes desprecian trepados a sus falsos pedestales donde se consideran inexpugnables.
Quienes hemos transpirado la vida con sencillez detrás de las rotundas certezas que nos enseñó el largo transcurrir, no nos doblegamos fácilmente ante el embate ciego y despiadado de aquellos que no comulgan con la verdad y consideran al amor y a la fe como meras tonterías.
No es nuestro propósito convencerlos de nada, allá ellos con sus insensibilidades y sus cegueras.
A nosotros nos corresponde no torcer el rumbo, no claudicar, no abandonar la humildad, no negar nuestra solidaridad, aunque las sandalias peregrinas se hagan trizas por haber caminado por mil senderos...
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