viernes, 7 de agosto de 2015

Abrir a machetazos la selva...

Cuando uno va remando mar adentro y se encuentra con una turbulencia imprevista, lo primero que debe evitar es perder los remos.
 
Si ello ocurre, entras en una deriva que te deja a merced de los remolinos del naufragio.
 
Es perder el control, es caer mansamente en el agujero negro que te puede devorar sin piedad.
 
Eso mismo ocurre cuando dejas de ser el conductor de tu vida, porque has preferido sumergirte en las trampas de los jolgorios, en la fantasía envolvente que te embriaga primero y te somete después...
 
Y en ese preciso momento se celebra la artera alianza por la que empiezas a declinar, entregando porciones de vida en forma cotidiana que aceleran tu retirada, hasta dejarte fuera de combate porque no es que te cuenten los fatídicos diez segundos, te pueden contar cincuenta, cien o lo que sea, porque desciendes hasta convertirte en un despojo y ya no puedes despegarte del barro de las miserias que te aprisionan en el fango.
 
Te montaron la trampa, te hicieron la zancadilla, caíste ingenuamente, da igual, puedes ser víctima o también victimario de tu propia existencia, pero lo que duele y se lamenta al fin, es el camino oscuro y sin norte, no es el abrir a machetazos la selva que te engullirá si dejas de buscar la luz que siempre estará al alcance de quienes lo intenten, como resplandor que no es esquivo ni imposible de  alcanzar y que depende solamente de los que no renuncian jamás al coraje de buscar sin renunciamientos, los atajos que conducen al resplandor de la dignidad...
 
 
 
 
 
 

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