Cuando alguien permite que en su ser penetren las sombras de la claudicación, es porque no se tiene conciencia de que se está rindiendo sin luchar, ante el virus del desconsuelo.
Ese es el modo de ingresar en el lamentable estado del alma, de perder autoestima...
Dejamos de querernos, nos invaden sentimientos negativos, nos domina el abandono, y se acrecienta en nosotros un lento pero continuo proceso destructivo interior y exterior también, porque ya ni en los espejos deseamos mirarnos...
Con facilidad bajan la guardia, aquellos que todo lo ven bajo el prisma deformador, descalificador y desconfiado, de que nada bueno es posible esperar...
Para quienes siempre hemos proclamado "nunca perder autoestima", sentimos esas situaciones con hondo dolor, al no poder comprender que la maravilla de la vida se desaproveche de ese modo, permitiendo que en sus universos interiores predomine, el no, el nunca, el imposible, el para qué luchar tanto, de qué sirve orar constantemente, o lo que para el creyente, llegar a la tragedia del "ya no hay Dios para mí", como le ocurrió a mi madre con ese último decir, antes de morir, agobiada, ahogada de dolor su alma cristiana..., cuando yo tenía apenas veinte meses de vida...
He meditado sobre situaciones extremas, y puedo llegar a comprender que el dolor, el sufrimiento, el padecimiento constante incluso desde el mismo nacimiento, puedan llevar a una persona a tales límites.
Pero en general, las contrariedades, los obstáculos del cotidiano vivir que a todos de alguna manera nos llegan, no nos pueden llevar a tal confusión en el grado de que gota a gota, se nos va vaciando el bidón que contiene nuestras esperanzas, que comúnmente, es lo último que se pierde...
El aire que respiramos se nos enrarece, y no sólo por el smog que nos envuelve, sino por nuestros propios fluidos enfermizos que nos van minando poco a poco la existencia, para que se pierda el verdadero sentido que debería tener en los seres humanos, la maravilla de la vida que a todos nos han regalado...
Y tantas veces, no nos damos cuenta del grado de tristeza que causamos a quienes hacen la vida junto a nosotros, los seres que más nos quieren...
En definitiva, situaciones que se pueden superar iluminándonos por dentro, desterrando las sombras que nos han acobardado, replanteándonos la vida, y así desprendernos de esos abrojos malignos que se nos han adherido, sacudiéndonos con determinación, para no quedar como las hojas secas, sin control, de aquí para allá, a la deriva, según los caprichos del viento..., dado que lo más importante es reaccionar, recomponiendo el andar si estamos caídos, porque nunca será tarde para levantarnos al recuperar el aliento que nos permita el retorno de las esperanzas...
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