jueves, 5 de febrero de 2015

Sería una insensatez silenciarlo...

Yo escribo con un ritmo torrencial, respondiendo al empuje  de mis intensas corrientes interiores, y ello me lleva tantas veces a descuidar las formas preocupado eso sí, y mayormente, por los contenidos que me convocan que se acumulan allí en la aparente mansedumbre del lago de mi alma.
 
Está en mí la espontánea frontalidad de mis intentos, y no solamente en la escritura. Es decir, voy al grano hacia adelante con mis valores y por amor, con la certeza de lo aprendido en el largo vivir, y con la humilde condición de saber que he sido, soy y seré mientras se me mantenga la vida, un ávido receptor de aprendizajes en las materias de la diversidad...
 
Pero en mi producción escrita y siempre antes de la edición de mis aportes, está la exigente revisión de Alma, mi esposa docente antes que nada, la académica que no me perdona nada, la que pule las aristas de mis atropellos sin tocar la pasión que pongo en ellos, porque mi novia de siempre, mi amiga, mi confidente, mi cómplice, quien más me conoce, arroja luz cuando yo complico mi expresión escrita con oscuridades o reiteraciones que no agregan nada...
 
Sería una insensatez silenciarlo, y hoy hago justicia con ella agradeciéndole desde el alma sus  ajustes, sus sugerencias y resplandores para que mis renglones torcidos, adquieran la claridad y se enderecen en todo aquello que permita una mejor lectura y comprensión de los conceptos que intento compartir.
 
En definitiva, ella frena mis desbordes, regula el atropello de mis ansiedades, me sugiere claridades al saberme afecto a los resplandores...
 


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